Según la historia los rifles aparecieron en el siglo XV permitiendo mayor precisión y nuevos efectos, debido a la rotación impartida en el ánima (parte interior estriada del cañón) impartiendo al proyectil una rotación que incrementa la precisión y el alcance. Los proyectiles disparados por los rifles tenían debido a estas estrías interiores del cañón unas huellas distintivas que permitían averiguar la identidad (o al menos el arma) disparada, debido en gran parte a los estrias o surcos mostrados en el proyectil tras su disparo, dando esa huella de identidad distintiva.
La primera evidencia de uso de la ciencia forense aplicada a la balística fue aplicada en Inglaterra en el año 1835 cuando las únicas pruebas de identificación de un asesinato fueron las marcas en el proyectil encontrado dentro del cuerpo de la víctima. Cuando se confrontó la evidencia con el sospechoso, éste confesó. El primer juez que tomó en cuenta las pruebas forenses que mostraban los estudios balísticos, ocurrió en 1902, cuando se pretendía demostrar que un arma podía ser asignada a la relación posible de pertenencia de un sospechoso de posible asesinato. El experto del caso, Oliver Wendell Holmes, había leído algo sobre identificación balísticas, y por aquel entonces ya se empezó a estudiar el proyectil mediante el empleo de una lente.